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La existencia del Limbo: una doctrina común de la cual sería imprudente separarse...

"¿Y qué, hijos Míos, vamos a hacer con todos los bebés  abortados?  Oh, hija Mía, yo sé que te sientes como Me siento Yo, porque puedo ver la tristeza en tu cara.  ¿Qué vamos a hacer, hija Mía?  ¿Comprendes que cuando vienen a Nosotros deben ir al Limbo?  Ellos están en el Cielo, un lugar feliz, pero no pueden ver a Dios.  Yo sé que no puedes comprender esto totalmente, hija Mía, y sé que ello te hiere al corazón, pero es el camino del Padre Eterno el saber exactamente como ascenderá o descenderá un alma.” – Nuestra Señora de las Rosas, 2 de Octubre, 1987 

Mucho de este artículo fue tomado del libro, Limbo: Unsettled Question (Limbo: Pregunta Incierta), por George J. Dyer, S.T.D. 

Introducción 

Según el Padre Dyer, “El Limbo está en los dos pilares dogmáticos del pecado original y la necesidad del bautismo.”  Una explicación tradicional del Limbo es dada por el Padre Dyer: “Teólogos usualmente concluyen en la existencia del Limbo por varios hechos: (1) Bautismo, por martirio, por agua o por deseo es necesario para la salvación en la actual dispensación. (2) Pero parecería que un infante está incapacitado de hacer un acto de deseo, y por ende el bautismo de deseo es eliminado, dejando al infante en pecado original. (3) El infante quien muere en estado de pecado original, pero sin pecado personal, sufrirá la pérdida de la Visión Beatífica, pero no sufrirá ningunos sufrimientos positivos además de esto.” [1] 

Limbo es una idea sencilla compuesta de dos elementos: (1) la exclusión del Cielo de infantes no bautizados, y, (2) la ausencia en su caso del tormento del infierno – el dolor de sentido y tristeza por su exilio.  [2] “Ya que infantes quienes mueren no bautizados no han cometido ningún pecado,” escribe el Obispo Morrow, “ellos viven en un lugar de felicidad natural llamado ‘Limbo.’” [3]  Los Padres McHugh y Callan explican que los “Infantes quienes mueren sin Bautismo no son responsables de culpabilidad, de negligencia y de desatender los Sacramentos, pero falta de ello los priva del gozo supernatural prometido por Cristo.  Solamente el Bautismo confiere regeneración, y solamente los regenerados son capaces de tener la visión de Dios.”  [4] Deberá notarse que muchos herejes, incluyendo a Martín Lutero, han negado el camino medio entre el cielo y el infierno a los niños no bautizados. [5]  

Convicción de la Iglesia a través de los siglos 

 “Pero los infantes ya que no son capaces de este deseo están excluidos, la fe nos enseña, del reino del cielo… si ellos mueren no regenerados por el Bautismo.”
- Catecismo Romano, parte 2, capítulo 2, n. 24
 

El Padre Dyer nota que ha sido la “convicción aparente de la Iglesia a través de los siglos que un hijo tiene que ser bautizado en esta vida si ha de entrar al reino del Cielo.  Esta idea no es un dogma de la Iglesia; nunca ha sido el objeto de una definición.  Pero es una persuasión que parece haber acompañado el pensamiento de la Iglesia durante siglos.”  [6]  Muchas afirmaciones hechas por los Papas y Concilios de la Iglesia parecen indicar la realidad de Limbo.  De hecho, el Catecismo Romano, promulgado después del Concilio de Trento enfatiza que la ley del bautismo “se extiende no solo a adultos sino también a infantes y niños, y que la Iglesia ha recibido esto de la tradición Apostólica, es conformada por la enseñanza unánime y la autoridad de los Padres (de la Iglesia).” El Catecismo Romano también afirma: “Pero infantes que no son capaces de (tener) este deseo están excluidos, la fe nos enseña, del reino del Cielo… si se mueren no regenerados por el bautismo.” [7]  

En 1954, el Jesuita inglés Bernard Leeming escribió una explicación esperanzadora de la reunión de un niño no bautizado y sus padres bautizados.  El Padre Leeming:  “sugirió la posibilidad de una reunión en la eternidad de un niño y sus padres.  Los padres disfrutarían de la Visión Beatífica y el niño no, pero esto no evitaría una libre asociación entre ellos...  La teoría del Padre Leeming quizá es mayormente apreciada en la ilustración que él ofrece.  Supongamos que una madre y su pequeño hijo están caminando en un museo de arte.  A medida que caminan sostenidos de la mano, el joven obviamente está fascinado con los brillosos pisos de mármol, los muy iluminados cuartos, la combinación de colores, y, más que todo, de su madre.  Por otro lado, la madre aprecia todo esto y mucho más.  Debido a su madurez y su educación, ella puede ver en las pinturas un mundo entero de ideas que está cerca de su hijo.  La madre y el hijo están en el exacto mismo ambiente, pero con un efecto bastante diferente.” [8] 

Santo Tomás de Aquino sobre el Limbo  

Santo Tomás de Aquino, quizá el más grande de los teólogos, creció en su comprensión del Limbo al pasar de los años.  En 1255 Santo Tomás dijo que los niños están al tanto de su destino perdido pero no sienten ninguna lamentación.  En 1265 él dijo que ellos no sienten ninguna pesadumbre porque ellos no tienen idea de lo que han perdido: 

“Tomás, está claro, descartó cualquier dolor de sentido como un castigo del pecado original.  Pero el dolor de sentido no es el más grande tormento de los condenados.  Por decreto divino los niños en Limbo están eternamente exilados de la visión de Dios.  ¿Se rebelan ellos contra la providencia que los desterró? Santo Tomás aquí tuvo un problema más difícil que el que tuvo al tratar el dolor de sentido.  Agustín y Juan Crisóstomo ambos habían insistido que la pérdida del cielo era un tormento mucho más grande que los fuegos del infierno.  ¡Y seguramente esta pérdida se sentiría mucho más agudamente por uno quien era inocente de cualquier culpabilidad personal!  ¿Cómo, entonces, podrían los niños no resentir su exilio, y la providencia que lo decretó? Tomás dio dos respuestas a la pregunta a través de un período de unos diez años; y al hacerlo él cambió de base notablemente.
     “En el año 1255 Tomás completó su comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombard.  En ese tiempo él comentó que nadie lamenta la pérdida de algo que le es  completamente imposible de tener.  Un hombre puede lamentar la pérdida de su casa, su familia, su buen nombre; pero ningún hombre razonable se permite a sí mismo estar dolido por su inhabilidad de volar como una golondrina.  La analogía se podría aplicar a un niño en el Limbo.  El niño sabría que él estaba destinado para la Visión Beatífica; él sabría también el porqué perdió su oportunidad de tenerlo, pero no le causaría dolor.  Él vería muy claramente que él no tendría ninguna habilidad natural para disfrutar de la Visión Beatífica.  La visión intuitiva de la naturaleza divina está más allá aún del alcance que tendría de volar un carnicero.  Es concebible, por supuesto, que hay personas quienes se incomodan por su inhabilidad de volar como pájaros; pero tales personas están confinadas a instituciones.  No los encontramos en el mundo razonable del Limbo. (II Sent. d. 33, q. 2, a. 2)
     “Unos diez años más tarde, Santo Tomás tuvo un segundo pensamiento sobre este problema.  (De Malo, q. 5, a. 3)  Niños, decidió él finalmente, no estarían perturbados por su pérdida simplemente porque ellos no sabrían lo que han perdido.  Ellos pasarán la eternidad ajenos a su destino sobrenatural, nunca soñando con el pecado que les causó que estuviera más allá de su alcance.  Ellos, claro está, razonarán el hecho que ellos estaban destinados a poseer a Dios.  Ya que no tienen el conocimiento de la fe, ellos nunca adivinarán el decreto divino que admitiría al hombre a la visión de Dios; y lo que no conocen, no les herirá.  Ellos pasarán la eternidad contemplando a Dios en cuanto su naturaleza les permite, nunca soñando que ellos estaban destinados para algo inmensurablemente mucho más glorioso. 
     “Santo Tomás había demostrado que los niños no estaban felices en el Limbo.  Permanecía aún otro asunto: ¿eran felices?  La diferencia entre los dos estados de mente no es especialmente sutil.  Nosotros podríamos preguntarle a nuestro vecino cómo se siente y él podría contestarnos que, al menos, su úlcera no le está molestando.  La respuesta nos dice poco aparte de la ausencia de un tormento obvio; una cosa es no estar contento y muy otra el estar feliz.  ¿Hablaron el verde prado y el brillante río del poema de Dante de una felicidad natural?  La mayoría de los teólogos dirían que la pregunta es hasta cierto punto, irreal.  El hombre estaba destinado a pasar su eternidad disfrutando de la visión de Dios.  Ese es el propósito final de nuestras vidas; en él encontrar a nuestro Dios.  Ese es el propósito final de nuestras vidas; en él encontramos el cumplimiento o ‘beatitud’, como dirían los teólogos.  Privados de este cumplimiento, ¿podría cualquier ser humano encontrar verdadera felicidad?
     “Santo Tomás dice que los niños en el Limbo pueden estar felices, a pesar de su exclusión del Cielo.  Es cierto que ellos están separados de Dios en cuanto a que no disfrutan de la Visión Beatífica, pero ellos están unidos a Dios por su habilidad innata de conocer y de amarlo; y en esto ellos encuentran su felicidad.” [9]  

Los Franciscanos: San Bonaventura y Duns Scotus 

Según el Padre Dyer, “No podemos encontrar a ningún teólogo del siglo trece que pensó que los infantes sufrieron el dolor de sentido en castigo por el pecado original.  Parecía haber un acuerdo propagado, también, que los infantes no sufrirían congoja alguna debido a la separación del reino de Dios [Tomás Aquino, Bonaventura, Alejandro de Hales, Pedro de Tartentaise, Richard Middleton, Giles de Roma, Guido de Orchellis, Pedro Olivi].” [10]  

San Bonaventura, a veces llamado el segundo fundador de la Orden Franciscana, creyó que los que estaban en Limbo no sentían tristeza, ni dolor físico.  “Los niños en el Limbo, dijo él, disfrutan un balance perfecto entre su conocimiento y sus deseos, gracias a los buenos oficios de su Creador.  Ya que tristeza implicaría una falta de balance, no puede formar parte de las vidas de estos niños.  Ellos están a mitad de camino entre los benditos y los condenados, y entonces comparten algo de cada estado de vida.  Como los condenados, ellos son exilados del Cielo; como los benditos, ellos no conocen tristeza.  (II Sent., d. 33, a. 3, q. 2)" [11] 

Duns Scotus, el teólogo acreditado con haber explicado correctamente las sutilezas teológicas de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, también creyó que los niños en el Limbo eran felices:  

“Duns Scotus, otro notable Franciscano, fue un poco más sutil en su acercamiento al problema.  Los niños, dijo él, mueren en un estado de inocencia personal; por decreto divino ellos permanecerán así por toda la eternidad.  Si lamentasen su pérdida del Cielo, ellos perderían su inocencia, o al murmurar contra Dios se hundirían en  desesperación.  Esto es claramente imposible.  Ya que murieron sin falta personal, ellos permanecerán así por toda la eternidad.  Por lo tanto no puede haber ninguna infelicidad entre ellos por lo que son o por lo que han perdido.” (II Sent., d. 33, q. 1) [12]

 Papas sobre la necesidad del bautismo 

  “La Iglesia, hasta donde la evidencia demuestra, desde el segundo hasta el séptimo siglo universalmente creía que era revelado que un infante quien moría antes de tener cualquier uso de razón, y no bautizado, no podía alcanzar la Visión Beatífica.”
– Padre Bernard Leeming, “¿Realmente es Necesaria su Bautismo?” Revista: The Clergy Review (1954), p. 84.

Una carta atribuida al Papa Siricius que más tarde fue enviada a Pepin y a Carlomagno, indicaba la práctica de la Iglesia durante su época.  Esta carta implicaba que cualquiera “que moría sin la fuente sagrada perdería el Reino y la vida eterna.” (PL 13, c. 1135) [13] 

El Papa San Leo el Grande en su carta a los obispos de Sicilia escribió que el bautismo usualmente era conferido en la Pascua y en Pentecostés pero agregó que si existiera peligro de muerte, debería ser conferido en cualquier momento, ya que nadie debe ser negado este “singular remedio.” (PL 54, c. 701) [14] 

Según el Padre Dyer, “En el siglo octavo, el Papa Gregorio II hizo más explícitas las directrices de Leo el Grande.  El Bautismo, dijo, tiene que ser administrado durante la Pascua y Pentecostés.  En casos donde existiese peligro de muerte, sin embargo, el sacramento debería ser administrado inmediatamente ‘para que [las almas] no perecerían en la eternidad’” (PL 89, c. 503) [15] 

El Papa Inocente III fue uno de los Papas más a menudo citados en el debate sobre Limbo:

“Cincuenta años antes de que Santo Tomás llegara a París, el Papa Inocente escribió una carta al Arzobispo de Arles, respondiendo a una dificultad que había sido propuesta.  En el curso de esta carta Inocente habló del castigo adecuado para el pecado actual y el original.  Pecado actual, dijo Inocente, es castigable por el tormento sin fin del infierno; pero el pecado original es castigable por la pérdida de la visión de Dios.” (“Majores Ecclesiae,” DB, n. 410) [16]

  Concilios y concilios provinciales de la Iglesia 

“El Segundo Concilio de Lyón fue convocado en 1274 con la esperanza de arreglar el Cismo del Este.  Entre las doctrinas así definidas por el concilio encontramos lo siguiente: ‘Sin embargo, las almas de los que mueren en pecado mortal, o solo con pecado original, van rápidamente al infierno, para ser castigados sin embargo, con diferentes castigos.’” [17] 

El Concilio de Florencia: “El Concilio de Florencia en su Decreto para los Jacobitas, febrero de 1442, declaró que el Bautismo debe ser pospuesto por cuarenta u ochenta días, como era la costumbre de algunas personas.  La razón dada por el Concilio era ‘el peligro de muerte, que puede suceder a menudo, porque no hay otro remedio disponible para estos [infantes] excepto el sacramento del Bautismo, que los libra de los poderes del demonio y los hace hijos adoptados de Dios.’  Se tienen que contestar dos preguntas al evaluar una afirmación de esta clase: ¿Cuál es su sentido exactamente?  ¿Cuál es su preciso peso dogmático?  Aunque tenemos aquí un texto tomado de un concilio ecuménico debidamente aprobado por el Papa Eugenio IV, la declaración en sí no es parte de una definición dogmática, sino más bien un accesorio a ello; y ya que la afirmación no fue endosada por el grado más alto de la autoridad de enseñanza de la Iglesia, no es infalible. Charles Journet, uno de los teólogos ‘conservadores’, está de acuerdo que la declaración de Florencia no es una definición dogmática, pero concluye que ciertamente tiene un alto grado de valor doctrinal.” [18] 

El provincial Concilio de Cartago (418): “Este concilio del quinto siglo claramente declaró que  ‘sin Bautismo ellos no pueden entrar al reino del cielo, el cual es la vida eterna.’” [19] 

El provincial Concilio de Colonia: “La Fe nos enseña que los infantes, ya que no son capaces de este deseo, están excluidos del reino del Cielo si mueren [no bautizados].” (Collectio Lacensis, V. 320) [20]   

El teólogo Jesuita Francisco Suárez 

Los Jesuitas han hecho una contribución significativa a la discusión del Limbo.  “En los tres siglos que siguieron al Concilio de Trento la controversia del Limbo constantemente estaba a punto de hervir, y algunas veces hervía.  Los Agustinos y los Jansenistas negaron la existencia de Limbo; los Jesuitas lo defendieron.  Los Jansenistas detestaban a los Jesuitas, los Jesuitas reciprocaban, y los Agustinos no les gustaban a ninguno de los dos.  El aire estaba cargado con sospechas y a veces con difamaciones.  Los Jesuitas fueron denunciados como Pelagianos; los Agustinos como Jansenistas; y los Jansenistas, correctamente, como herejes." [21] 

El Padre Dyer cree que la teología sobre el Limbo alcanzó su máximo desarrollo en el teólogo Jesuita, Francisco Suárez [22]: 

“En la providencia de Dios, dice Suárez, llegará un momento cuando Cristo será reconocido por todos los hombres como el Príncipe y Juez del mundo.  Y aunque los niños tienen que pagarle este homenaje, ellos jugarán su parte en tanto la resurrección de los muertes como en el Juicio Final de la humanidad.
     “Ellos murieron como infantes, pero resucitarán como adultos y poseerán no solamente el uso de su razonamiento sino, también, una completa madurez física.  Como adultos jóvenes ellos estarán de pie ante el tribunal de Cristo para ver allí por primera vez el patrón divino dentro del cual sus vidas han sido planeadas.  Los niños estarán todos presentes en el Juicio Final para ver y honrar la majestad de Cristo, dice Suárez, porque la Gloria de Cristo exige que Él sea adorado y reconocido por todos como el Príncipe, el Juez Supremo del mundo.  Ellos no podrían rendirle tributo propio a Cristo, sin embargo, si ellos estuviesen ajenos a lo que ocurriría en esta extraordinaria tribunal.  Cuando vean la sentencia de condenación otorgada a los malos como también el gozo de los justos, ellos reconocerán la justicia de Dios.  Su propio destino también, fijándolos como lo hace sobre el camino medio entre la condenación y la gloria, se revelará como otra manifestación de la perfecta justicia de Dios.” [23]

Conclusión 

Como previamente citado, el Catecismo Romano afirmó explícitamente que los infantes serán excluidos del reino del Cielo “si ellos mueren no regenerados por el Bautismo”.  Además, el Papa Pío XII hizo comentarios sobre este tema que algunos teólogos creen ponen punto final al debate del Limbo.  El 20 de Diciembre, 1951, el Papa Pío XII dio la siguiente alocución durante la convención de comadronas italianas: 

“Todo lo que hemos dicho sobre la protección y cuidado de la vida natural es con aún más grande razón la verdad de la vida sobrenatural, que el recién nacido recibe con el Bautismo.  En la actual dispensación no hay otro medio de comunicarle esta vida al niño, quién aún no tiene el uso de razonamiento.  Y, sin embargo, el estado de gracia es absolutamente necesario para la salvación: sin él la felicidad supernatural, la Visión Beatífica de Dios, no podría obtenerse.  En un adulto un acto de amor pudiera bastar para obtenerle gracia santificadora y así suplir la falta de Bautismo; para el niño aún no nacido, o recién nacido, este camino no está abierto.  Si, entonces, recordamos que la caridad hacia nuestro vecino nos obliga a asistirlo en caso de necesidad; que esta obligación es aún más grave y más urgente según la grandeza del bien que será procurado o del mal que será evitado, y según la inhabilidad del necesitado para ayudarse a sí mismo; entonces, es fácil comprender la importancia de proveer el Bautismo de un niño, libre del uso de razón y en grave peligro o aún certeza de muerte.” (Acta Apostolicae Sedis, 20 de Diciembre, 1951, p. 854)  [24] 

La posición conservadora insiste que la voluntad salvadora de Dios encontrará su expresión en el sistema sacramental.  El sacramento del Bautismo es necesario para la salvación, y ya que los infantes son incapaces del deseo del mismo, su necesidad por el sacramento del Bautismo es absoluta y no calificada.  Cuando tales niños mueren sin ser bautizados, la voluntad salvadora de Dios cesará de operar para ellos, y ellos pasarán su eternidad en el Limbo. [25] 

El Padre Dyer cita a dos teólogos quienes creen que el Papa Pío XII abrazó la posición conservadora concerniente al Limbo: “Es cierto que los teólogos españoles López Martínez y  Espeja sienten que el Papa finalizó la actual controversia al abrazar la posición conservadora.” (López Martínez, op. cit., p. 87; J. Espeja, “La suerte de los niños que mueren sin Bautismo,” La Ciencia Tomista (1962), p. 594)  [26] 

La Iglesia temprana al enseñar este tema también es muy clara.  El Padre Bernard Leeming escribe: 

“La Iglesia, hasta donde demuestra toda la evidencia, desde el segundo hasta el séptimo siglo universalmente creyó que debe ser revelado que un infante que muere antes de tener cualquier uso de razón, y no estando bautizado, no puede obtener la Visión Beatífica.” (B. Leeming, “Is Their Baptism Really Necessary? (¿Realmente es Necesaria Su Bautizo?)” The Clergy Review (1954), p. 84)  [27]

Concerniente a la existencia del Limbo, el distinguido teólogo Abbe Michel escribe: “Es una virtualmente revelada verdad,” dijo Michel, “una doctrina común de la cual sería imprudente separarse.” (A. Michel, L’Ami du Clergé, 52, p. 660)  [28] 

"Debéis comprender que nadie vendrá al Padre Eterno, sino a través de Mi Hijo.  Tu preguntas, hija Mía, de los cientos de vidas sobre la tierra, aquellas que no aceptan a Mi Hijo, ¿qué ha sido y qué será de ellas?  Si han recibido el conocimiento de Mi Hijo y lo rechazan voluntariamente, ellas no pueden ser salvadas.  Claro, hija Mía, el Padre Eterno es todo misericordioso;  no podemos condenarlas, El no puede condenar al inocente de corazón.  Sin embargo, hay reglas del Cielo, también, reglamentos justificados, que nadie verá la Visión Beatífica a menos que vengan a través de Mi Hijo.” – Nuestra Señora de las Rosas, 29 de Mayo, 1976


Referencias:

[1] George J. Dyer, S.T.D., Limbo: Unsettled Question, p. vi. 
[2] Ibid., p. 168.
[3] Most Rev. Louis La Ravoire Morrow, S.T.D., My Catholic Faith, p. 253.
[4] McHugh and Callan, Moral Theology, Vol. I, p. 129.
[5] Dyer, p. 82.
[6] Ibid., p. 131.
[7] Roman Catechism, part 2, chapter 2, n. 24.
[8] Dyer, p. 4.
[9] Ibid., pp. 49-50.
[10] Ibid., p. 52.
[11] Ibid., pp. 52-53.
[12] Ibid., p. 53.
[13] Ibid., p. 153.
[14] Ibid., p. 152.
[15] Ibid., p. 153.
[16] Ibid., p. 56.
[17] Ibid., pp. 58-59.
[18] Ibid., pp. 150-151.
[19] Ibid., p. 152.
[20] Ibid., p. 178.
[21] Ibid., p. 81.
[22] Ibid., p. 88.
[23] Ibid., pp. 64-65.
[24] Ibid., pp. 153-154.
[25] Ibid., p. 137.
[26] Ibid., p. 154-155.
[27] Ibid., p. 158-159.
[28] Ibid., p. 167.

 Directrices del Cielo... 

D123 La Iglesia Católica, Parte 1
D124 La Iglesia Católica, Parte 2
D256 - Limbo & Bautismo
 

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February 03, 2010